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lunes, 12 de mayo de 2014

Rafael Moneo - 2012


Fragmento del discurso de entrega del Premio Príncipe de Asturias de las Artes 2012

"Hubo un tiempo en el que construir no implicaba la presencia del arquitecto. El oficio del arquitecto no había hecho su aparición todavía. Construir era una actividad más entre las muchas que reclamaba la supervivencia. Pero la forzosa especialización que acompañó a la evolución de la especie humana pronto dio paso a quehaceres concretos ligados a la construcción que culminaron con la aparición del arquitecto. Y puede que sea la memoria de aquel remotísimo pasado la que esté detrás del instinto constructor que hoy alienta todavía en nosotros. La expresión popular todos llevamos dentro un arquitecto, vendría a confirmar lo dicho. Junto a esta innata atracción por la construcción hay, en el uso que hoy hacemos del término, un entendimiento de lo que es la profesión que se fraguó en el Renacimiento. El arquitecto como quien, dominando el dibujo, lo que los italianos entonces llamaban disegno, era capaz de dar forma a lo construido. El término italiano se trasladó más tarde al design sajón y al castellano diseño, asumiendo que, quien lo practica, domina tanto el conocimiento de las técnicas como la capacidad de dar expresión al pálpito estético de un determinado momento. Hoy el arquitecto como técnico parece haber perdido terreno y la componente artística que siempre ha acompañado a nuestro oficio prevalece frente a la tecnológica. El arquitecto, como responsable tan sólo de la imagen, de la apariencia con la que los edificios se nos presentan. En tal situación nos encontramos.
Quisiera que los arquitectos y al decir arquitectos pienso en los que vienen sin olvidar cuánto en lo que construyen depositan los mortales su idea de lo que el mundo es, mantuviesen, al cumplir con su misión, viva todavía aquella necesaria racionalidad que implica la supervivencia. Que el arquitecto continuase involucrado en la construcción, conociendo y entendiendo de aquellos aspectos formales y estructurales que determinan lo que los edificios son. Que los arquitectos hiciesen de la fábrica de la ciudad la razón de ser de su profesión. Una ciudad que hace que nuestro trabajo vaya más allá de lo estrictamente personal, ya que en él se produce inevitablemente la intersección entre lo público y lo privado."

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