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viernes, 7 de diciembre de 2012

Seguimos con anécdotas de Oscar

 
En esta casa vivía Oscar Niemeyer cuando una tarde vino a visitarlo el flamante presidente de Brasil, Juscelino Kubitschek. “Vino a mi casa das Canoas y mirando juntos para la ciudad, me confía con entusiasmo: ´Quiero construir la nueva capital de este país, y usted me va a ayudar´. Explicándome, con la misma euforia de de 20 años atrás, lo que pretendía hacer: ´Oscar, esta vez vamos a construir ...
la capital de Brasil. Una capital moderna. La más bella capital de este mundo!”.
Oscar puso dos condiciones para llevar adelante tamaña empresa: La primera era que percibiría un salario mensual como cualquier funcionario público. La segunda era que elegiría su propio grupo de trabajo. Las peticiones fueron aceptadas y así fue como Niemeyer convocó “Primero, cerca de 20 arquitectos para los trabajos programados, después otros amigos de profesiones diferentes, por el simple placer de ayudarlos, sabiéndolos con dificultades financieras. Así tuvimos en nuestro equipo un periodista, un abogado, un arquero del Flamengo y otros de profesiones indefinidas.
Todos me fueron útiles y el equipo se hizo más variado, la conversación más versátil, el trabajo más completo, cada uno actuando dentro de sus propias aptitudes.
En poco tiempo formamos un grupo cohesionado y amigo. Todos juntos corrimos a las casas populares ya construidas.
El confort era poco: una sala, dos cuartos, baño y cocina. Mi cuarto era pequeño: un catre, un pequeño armario provisorio y un banco como mesa de cabecera.
Estaba claro que estos pequeños detalles se diluían delante del trabajo que tanto nos ocupaba. Pero quedaba aquella sensación de fin del mundo, recordando la familia y los amigos distantes, sin carreteras ni teléfono. Apenas una pequeña radio de campaña a nuestro servicio. Y todo se agravaba para los que estaban solos, imaginando cómo sería bueno tener una mujer al lado, con quien poder dividir sus angustias y abrazarla un poco. Eso explicaba muchas cosas, Mucha unión escondida que aquel abandono justificaba.
La fuga era reunirnos a la noche a charlar, discutir las obras en marcha, jugar cartas o, entonces lo que últimamente hacíamos, tocar nuestras batucadas.
Las obras proseguían, la polvareda roja marcaba las rutas en construcción y las estaciones de servicio quebraban el antiguo silencio de aquella área que comenzaba a poblarse.
Determinado, JK nos daba su ejemplo, indiferente a las críticas con que la reacción procuraba torpedear el emprendimiento. Riéndose de los que decían que el lugar fue mal elegido, que no habría vegetación en los jardines, que el agua del lago proyectado desaparecería en la tierra porosa de la nueva capital (…)
No había tiempo que perder y las construcciones se iniciaban teniendo apenas calculadas sus fundaciones. El resto, los detalles de las estructuras y de la propia arquitectura venía después, acompañando el ritmo programado.
La idea de JK , nuestra, inclusive, no era la de una ciudad cualquiera, pobre y provinciana, sino la de una actualizada y moderna, que representase la importancia de nuestro país.
A veces JK nos invitaba para ir de noche al Alvorada. Estaba solo en Brasilia y quería conversar un poco. Y para allá íbamos nosotros (…) En los salones del Palacio, reunidos en círculo delante de JK, nos quedábamos escuchando sus aventuras.
La conversación era siempre la misma. Los obstáculos que surgían, las mentiras propagadas a los cuatro vientos, los problemas económicos y políticos que tenía que enfrentar, su determinación de concluir todo en el plazo fijado. Y entraba en detalles desconocidos, recordando los que intentaban paralizar Brasilia, concluyendo indignado: ´Qué canallas!´.
Atentos, escuchábamos su disertación apasionada, satisfechos de verlo confiado y optimista. Y si a él le hacían bien aquellos momentos de reafirmación y confidencias, a nosotros más que nadie, preocupados como estábamos con el buen éxito del emprendimiento.
De cuando en cuando Bené, que digitaba al piano sus melodías, hacía subir al aire un samba preferido y JK salía a danzar desenvuelto, animado, feliz, contento de olvidar por momentos su vida tan preocupada.
Y la conversación recomenzaba. Brasilia, las metas programadas, la ruta Belém-Brasilia…La grandeza de esa ruta formidable, el derrumbe de plantas, de árboles gigantescos, la travesía de ríos, montes y pantanos, la vieja Amazonia desconocida y misteriosa (…)
Tarde, a la una o dos de la madrugada, JK nos acompañaba a la salida. Y ahí nos retenía, extasiado con la noche de Brasilia. El cielo inmenso, lleno de estrellas, los palacios ya erguidos destacándose con sus formas blancas en la enorme oscuridad del monte.
Mansamente, como diciéndome un secreto, JK me tomaba del brazo: ´Niemeyer. Qué belleza!´.”

Extraído de : NIEMEYER, Oscar, As curvas do tempo: Memórias, Rio de Janeiro, Editora Revan, 2000, pp. 111-116. (traducción y foto Gonzalo Fuzs)

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